Los robots pagarán las futuras pensiones

Tanto el uso de las nuevas tecnologías como de la inteligencia artificial en
los ámbitos del tejido productivo y de la gestión de los ahorros financieros,
clave para la sostenibilidad del gasto en las pagas de jubilación

26 dic 2018 / 19:59 H.

De momento se sabe que jugarán un papel central en el futuro del tejido productivo mundial y que su llegada transformará la teoría sobre el amparo del Estado a los trabajadores en la jubilación, aunque parece que los robots no tienen todas las respuestas a la solución de los desequilibrios que hoy sufren los sistemas de pensiones de reparto con una elevada generosidad, como ocurre en España.

De este modo, los expertos coinciden en que las pensiones del futuro serán diferentes por la inclusión de la robótica en el tejido productivo por un lado, y en la gestión financiera de los ahorros por otro, y que estos ayudarán a soportar las pagas de jubilación de una sociedad cada vez más envejecida y longeva, aunque el tránsito del modelo actual al digital y robotizado ha de hacerse con pies de plomo para no generar desestabilidad e incrementar la desigualdad social.

Lo primero que refleja la entrada de los robots en la vida laboral cotidiana es la afectación del trabajo y la eventual destrucción de empleos que acarrearía el desembarco tecnológico. “La robótica y la inteligencia artificial van a destruir puestos de trabajo, pero van a crear muchos más. No va a ser tan malo, tanto en cuanto acabará con trabajos de alta penalidad. Además, se dice que el 60 por ciento de los puestos de trabajado que habrá dentro de 30 ó 40 años aún no están creados”, comenta el director de Vida, Salud y Accidentes de AXA España, Jesús Carmona.

De hecho, esta es una realidad que asumen todos los organismos internacionales, de modo que la OCDE prevé que el 12 por ciento de los puestos de trabajo se automatizarán con el concurso de la maquinaria, mientras que la consultora estratégica McKinsey & Company calcula que un 33 por ciento de los empleos del futuro no se han creado todavía. En este punto entra en juego otro de los caballos de batalla que tendrá la transformación hacia el trabajo tecnológico: la formación. La directora de investigación en Data Science de Vodafone y chief data scientist en Data-Pop Alliance, Nuria Oliver, asegura que el avance de la inteligencia artificial es imparable y que de ella depende que “se compensen con ventaja los desequilibrios demográficos y los sistemas de pensiones al permitir aprovechar mejor el capital de experiencia y sabiduría de las generaciones mayores”. En el marco de la III Conferencia Internacional sobre longevidad y soluciones para la jubilación, impulsada por Afi y el Instituto Santalucía, la experta señaló que “la clave para que este enorme avance sea tan productivo para la sociedad como todos esperamos, es que se haga un esfuerzo masivo en educación a todos los niveles”, mientras las ganancias de productividad derivadas de la revolución digital podrán utilizarse para financiar esquemas de redistribución que reduzcan la desigualdad.

Precisamente, el otro gran asunto que deberá resolver la robotización es el incremento de la desigualdad que, más allá, supone la mayor amenaza para la supervivencia del sistema de reparto de las pensiones en España. Así, el postdoctoral en la MIT Iniciative on the Digital Economy, Seth G. Benzell, asegura que esta brecha entre trabajadores y empresas, pobres y ricas, ya está abriendo. Concretamente, asegura que la mayor parte del incremento de los salarios por parte de los trabajadores y de la productividad por parte de las empresas en los últimos diez años la han acaparado los llamados supertrabajadores y superempresas. Estas son aquellas empresas tecnológicas que logran grandes cifras de productividad con un número bajo de empleados, que además cuentan con elevadas remuneraciones.

De hecho, ni si quiera la tecnologización del trabajo asegura que los conocidos como empleos de última milla, aquellos peor remunerados y de menor nivel formativo, sigan siendo necesarios para el funcionamiento de las compañías, por lo que no se acortaría la brecha entre estos y los supertrabajadores. Así, el secretario general de Ocopen, Manuel Álvarez, explica que con esta tendencia de desigualdad en la ganancia de poder adquisitivo es donde se plantea la duda de si gravar o no a los robots, como objeto de redistribución de la pobreza.

Si bien en un primer momento podría tener efectos de reparto de la riqueza extra obtenida, gravar la inteligencia artificial tiene elementos negativos en el largo plazo. El hecho de poner un impuesto a los robots como se sugiere desde algunos círculos académicos, explica Benzell, podría acarrear en el futuro cercano una deslocalización de áreas de producción de una compañía hacia territorios donde el marco legal no grave la inclusión de robots en el tejido productivo. De hecho, algunos teóricos como el director asociado de Afi, José Antonio Herce, asegura que esto podría incurrir en una doble imposición, ya que estas empresas tributarían por el eventual alza de la productividad en el Impuestos de Sociedades.

Por otro lado, la política de tasar el uso de las tecnologías y de la inteligencia artificial también implica una demora en la transición de modelo productivo, tanto que si el gravamen es muy alto puede que nunca sea rentable cambiar de fuerza de trabajo.

Sin embargo, no tendría el efecto buscado una política de demolición del actual modelo a las bravas. En primer lugar, ante el valle de tipos de interés muchas empresas se podrían ver tentadas a endeudarse pronto para aprovechar lo que sería un abaratamiento del proceso de robotización, lo que implicaría un incremento de las tasas de paro por los puestos sustituidos, que además conllevaría la problemática de gestionar y recolocar en el mercado esos perfiles profesionales ya obsoletos. En segundo lugar, está la realidad de que, si bien hay terreno que ya se puede explorar, no existen condiciones necesarias para afrontar en el corto plazo un viraje del modelo mundial.

Con ello, a diferencia de lo propuesto por Nuria Oliver, Benzell señala que un factor que podría ayudar a no generar desigualdades en el nuevo mundo del trabajo es el impuesto negativo sobre la renta como alternativa a la renta universal, de modo que el Estado devuelva el dinero después de calcular el poder adquisitivo de la persona o núcleo familiar.

Y en el plano de la gestión de ahorros financieros con ayuda de inteligencia artificial, el profesor adjunto en George Washington University, Arun Muralidhar, señala que estas bases son muy necesarias para aumentar la eficiencia de estas soluciones, pese a “la necesidad de concebir productos mucho más comprensibles para los ciudadanos adaptados a sus condiciones de esperanza de vida y necesidades durante la jubilación”. Estas soluciones requieren, no obstante, de “un cambio profundo en la forma en la que hoy se entiende la teoría financiera convencional, errónea en muchos aspectos”, según explica el profesor.